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Santificando nuestras almas con la oración

Rvdmo. P. Casimir Puskorius, CMRI

No es lo que hagamos, materialmente hablando, o lo que logremos en el campo temporal lo que importa en la vida, sino lo que logremos en nuestras almas: cómo nos santificamos. Esto es lo más importante en la vida; y nuestra primer y última herramienta, la más importante, será la oración.

Mis queridos amigos en Cristo, la oración es el cielo. Probablemente esta forma de ver las cosas sea muy simple, pero, como les enseñamos a los niños en la escuela, el cielo es donde está Dios. Aunque no es lo mismo que ver la Visión Beatífica, ¿no es estar con Dios el estar en el cielo? ¿Cómo nos acercamos a Dios en esta vida si no es por la oración, y especialmente por la sagrada comunión?

Quizá hemos envidiado a Adán y a Eva que hayan ellos caminado en el jardín del Paraíso hablando con Dios con familiaridad en las horas tardías del día; y, sin embargo, esa misma oportunidad está disponible a todos nosotros, no importa a qué hora del día o de la noche. Es verdad, no podemos ver a Dios como ellos, pero el contacto no es menos real. En ocasiones, por supuesto, es difícil orar porque es un ejercicio de fe. Estamos hablándole a Alguien que no vemos. Esto también nos dice que debe ser del corazón. Cuando se trata de la oración, no sirve de nada hablar de boquilla.

Posiblemente me desvíe poquito, pero el padre Tanquery, en su excelente sumario de la vida espiritual, incluye los cuatro medios interiores para la perfección. Me gustaría dedicarle más tiempo a este tema, pues se relaciona con la disertación de esta conferencia.

Antes que nada, para ser perfectos debemos tener el deseo. Sin el deseo, no llegaremos a nada. Mientras más fuerte sea el deseo, más lograremos.

El segundo medio interior de la perfección es el conocimiento de Dios y de uno mismo. Esto es absolutamente necesario. ¿Por qué debemos conocer a Dios? Porque Él es el término, el fin que estamos buscando. A menos que tengamos una idea clara de Dios, y queramos crecer en nuestro conocimiento de Él, no podremos avanzar hacia Él en la búsqueda de la perfección. Debemos crecer en nuestro conocimiento de Dios. Para lograrlo, debemos meditar sobre sus perfecciones, su infinita bondad, a fin de inspirar en nosotros un mayor deseo de acercárnosle.

Junto con el conocimiento de Dios viene el conocimiento de uno mismo. Mientras nuestra idea de Dios se hace cada vez más elevada, tenemos cada vez mayor conciencia de nuestra pecaminosidad e indignidad. ¿No es esto la fuente de la contrición? Mientras crecemos en nuestro conocimiento del Dios Todopoderoso a través de la oración y los ejercicios espirituales, y entendemos mejor su infinita bondad, comenzamos a preguntarnos cómo pudimos haber caído en esas faltas y pecados que una vez cometimos con tanta ligereza. Para complementar el conocimiento del yo que adquirimos en la meditación, es necesario examinar nuestras conciencias. La meditación es buena, pero el examen de la conciencia arranca esas faltas que vemos en nosotros mismos.

El tercer medio interior para la perfección es la conformidad a la voluntad divina. Esto se logra por medio de la obediencia y la conformidad a esas cruces y sufrimientos que Dios nos envía. ¡Cuánta cabida hay para reflexionar sobre estas cosas! Es tan difícil obedecer a veces, tan difícil resignarnos a las cruces y, sin embargo, esas cosas son la voluntad de Dios para con nosotros, y debemos tratar de aceptarlas.

Finalmente el cuarto medio para la perfección es la oración. Lo asombroso de la oración es que incluye los otros tres medios de la perfección. Cito al padre Tanquery: “La oración comprende y completa estos tres actos precedentes. Es en sí un deseo por la perfección, ya que nadie oraría sinceramente si no tuviera el deseo de mejorar. Presupone algún conocimiento de Dios y del yo, pues establece relaciones entre los dos.”

¿Qué hacemos cuando oramos? Adoramos, agradecemos y ofrecemos contrición y reparación por nuestros pecados. “La oración también ajusta nuestra voluntad a la de Dios, ya que cualquier oración buena contiene un acto de sumisión al Dios Omnipotente. La oración, además, perfecciona todos estos actos llevándonos en toda humildad ante la Majestad de Dios.” Ya pueden apreciar, entonces, el poder de la oración. Ya pueden ver cómo san Alfonso podía decir que si una persona ora, salvará su alma; si no, la perderá. Por supuesto, nosotros no nos debemos preocupar por salvar únicametne nuestras almas, sino por santificarlas.

Algunas otras consideraciones sobre la oración son muy elementales. Sabemos que cuando oramos juntos unimos la fuerza de nuestra oración con la de otros, de manera que obtenemos el mérito de todas las oraciones combinadas. Nuestro Señor, por supuesto, dijo que donde hubieran dos o tres reunidos en su Nombre, ahí estaría con ellos.

Pero una cosa que me gustaría subrayar aún más es la oración mental: la oración del corazón. Obviamente, la oración vocal tambiém es del corazón, pero en la oración mental únicamente opera el corazón, la mente. Cuando oramos vocalmente, con frecuencia le decimos a Dios lo que queremos. Eso está bien. Sin esto no salvaríamos nuestras almas. Pero cuando oramos mentalmente, también deberíamos estar escuchando a Dios para saber lo que Él quire que hagamos. ¿Ven la diferencia? Tan importante como es preguntar a Dios lo que queremos, es más necesario escucharle. ¿Qué tan buenos somos para escuchar a Dios mientras meditamos? Quizá tengamos dificultades en la vida espiritual precisamente porque no estamos escuchando suficiente a Dios.

Los sentimientos que tenemos cuando oramos mentalemente no deberían ser solo emociones, aunque es bueno tenerlas, sino sentimientos de adoracián, amor, alabanza, acción de gracias, contrición y resolución. Sean cuidadosos en no caer en la ilusión de que solo porque no tienen sentimientos su oración mental es un desperdicio: ¡de ninguna manera! Con tal de que hagan el acto de la voluntad, ya hicieron la oración mental.

En tiempos puedes estar tan árido que no sabes qué pensar o decir. Si tan sólo haces lo mejor que puedas, Dios entenderá. En otras ocasiones pareciera que ni siquiera podemos poner en palabras lo que necesitamos, o lo que quisiéramos decir. Déjenme sugerirles que hagan entonces suyos los sentimientos del Padrenuestro, la oración perfecta. Comienza por santificar el Nombre de Dios, adorando y venerando. Luego ofrecemos a Dios nuestro deseo de que venga su reino, que se haga su voluntad, en nosotros y los demás. Acto seguido, pedimos por el pan nuestro de cada día, tanto la comida espiritual para nuestra alma como la comida para nuestro cuerpo, nuestras necesidades temporales. Si realmente meditáramos sobre el Padrenuestro, estoy seguro que encontraríamos más que suficiente para hacer una buena oración mental, especialmente en aquellos tiempos en que nos encontramos privados de los sentimientos que nos gustaría tener.

La oración es una penitencia, y así debe ser. Es difícil desechar las distracciones. Algunas veces tenemos que luchar todo el rato para eliminar los pensamientos que no deberían estar ahí. En otras ocasiones estamos cansados, o no sentimos ganas de orar. Déjenme recordarles que la penitencia añade un gran valor a nuestra oración. Cuando los tres Reyes Magos fueron ante nuestro divino Señor, no trajeron solamente incienso, que simbolizaba la oración, sino que también trajeron oro, o sea, la caridad, y la mirra, símbolo del sacrificio. Una vida de oración interior es una vida de sacrificio. Una de las oraciones que solíamos recitar en honor a los Reyes Magos pedía que nunca fuéramos a aparecer ante Dios con las manos vacías, sino que siempre tuviéramos algún tipo de sacrificio que llevar con nosotros.

Cuando oramos, debemos ser cuidadosos en no ser flojos en nuestra postura física. Dios espera que lo honremos con nuestra alma, y con nuestros cuerpos también. Esto requiere de autodisciplina. Seguramente a esto se refirió nuestro Señor cuando dijo que algunos demonios se expulsan solamente por medio de la oración y el ayuno. Algunas veces balbucimos nuestras oraciones. Si les habláramos a otros en la forma que algunas veces le hablamos a Dios, ¿no se sentirían insultados? La oración requiere atención, una postura recta: estas cosas añaden al valor de nuestra oración. Algunas veces la oración misma es la penitencia: la mortificación que se requiere para orar bien.

Permítanme sugerirles que guarden una pequeña caja metafórica en donde puedan colocar todas sus inquietudes, sus penas, sus planes, sus proyectos, antes de que vayan a orar. Ciérrenla y tiren la llave, para que cuando oren, todas esas cosas permanezcan ahí. Si permitimos que esos pensamientos nos acompañen, ¿tiene siquiera caso estar en una capilla? Le quitamos tanto a Dios; le vemos como indigno de nuestra completa atención. San Aloysio tomó su oración tan seriamente que resolvió repetir el rezo si se distraía durante su hora de oración mental. Obviamente, eso no es algo que deba imitarse forzosamente, pero al menos tenemos en él a un santo patrón al cual rezar para la devoción en nuestra vida de oración.

La oración debe ser nuestra vida. San Pablo nos dice que ya comamos o bebamos, hemos de hacerlo todo por la gloria de Dios. San Agustín y santo Tomás nos dicen cómo puede lograrse. El primero nos dice que unamos nuestra vida, nuestras acciones, nuestras ocupaciones, nuestras comidas, hasta nuestro reposo, en un himno de alabanza para la gloria de Dios. “Dejad que la armonía de vuestra vida ascienda siempre como un canto para que nunca dejéis de alabar. Si habéis de dar alabanza, cantad no únicamente con vuestros labios, sino barred las cuerdas del salmista de las buenas obras.” “Dais alabanza cuando trabajáis, cuando coméis y bebéis, cuando reposáis, cuando dormís, vos dáis alabanza aún cuando mantenéis la calma.”

Por la gracia del bautismo, hemos sido todos adoptados como hijos de Dios, y todas nuestras acciones deberían referirse a Dios Omnipotente. Déjenme darles una analogía. Supongamos que un ser humano pudiera adoptar algo del reino animal o vegetal y de alguna manera elevarlo al nivel humano, otorgando a este “nuevo” humano, digamos, todos los privilegios del hombre: dominio sobre los reinos vegetal y animal, libre albedrío, intelecto, etc. ¿No esperarían que esta creatura adoptada viviera siempre a la altura de su nueva dignidad? ¿Qué pensarían si dijera: “Ya me cansé de esto; quiero regresar a ser lo que era antes?”

Esto nos da una una pequeña idea de la infinita distancia que hemos cruzado por nuestra adopción sobrenatural. Dios espera de nosotros, por la gracia del bautismo, vivir siempre la vida que se conforma a nuestra estado sobrenatural. Cuando pecamos, o actuamos por puros motivos naturales, es como si estuviéramos diciéndole a Dios: “Ya estoy cansado de esto. Quiero bajar a donde estaba antes.” Con la vida de la oración, vivimos una vida de adopción sobrenatural.

Nuestro tiempo de oración es limitado; no podemos pasarnos todo el día de rodillas orando, así que debemos transformar nuestro trabajo en oración. Se dijo de Pdero Lamy que, a causa de las circunstancias especiales, tenía tiempo solamente para rezar su Oficio y ofrecer la santa misa. Este caso, aparentemente, fue por la Voluntad de Dios: era todo lo que él podía hacer. A pesar de esto, continuó creciendo en la santidad. ¿Cómo? Porque transformó su trabajo en oración. Lo hizo por el amor de Dios.

La oración, ¡qué cosa tan hermosa! Lo abarca todo, lleva a todas las virtudes. Frecuentemente oramos más cuando sentimos el peso de la cruz, y en verdad, pienso que es por eso que Dios algunas veces nos manda la cruz. A menudo nos sentimos tan cómodos en donde estamos que, sin alguna dificultad qué vencer, no oramos.

Existe otro error que cometemos con frecuencia, cuando sentimos la necesidad de una gracia particular y oramos fervientemente por ella. Tenemos toda la respuesta en nuestras mentes; ya tenemos la solución. ¡Qué error! Nuestra solución no es la misma que la de Dios, de manera que pensamos que Él no nos escucha. Con todo, Dios sabe que necesitamos otra cosa todavía más y en su lugar nos da eso.

En conclusión, exhorto a hacer una resolución firme, una que tendrán que escribir para asegurar su estabilidad, crecimiento y perseverancia en este importantísimo medio de santificación. Hay un dicho que dice que hay más cosas obradas por el poder de la oración que el mundo pudiera soñar. Tomemos eso a pecho. La oración nos da la aseguranza de que, sin importar la dificultad, siempre podemos extender la mano hacia Dios. No podemos perder con la oración: es imposible, absolutamente imposible. Mi oración es que cada uno de nosotros estará más y más convencido de esto. Oremos el uno por el otro.

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.