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La vocación: un llamado al servicio de Dios

Esta pregunta es de importancia e interés perenne: ¿cómo puedo saber si tengo vocación al sacerdocio o a la vida religiosa? Es un error creer que tal vocación debe ser tan absoluta y clara que apenas deja lugar para el libre albedrío. Existen ciertas condiciones absolutas para una vocación, condiciones sin las cuales se puede estar seguro que Dios no lo llama a uno. Otras señales son inherentes a la libre voluntad y dependen de ella, pero son inspiradas por la gracia de Dios como invitación a seguirle, las cuales son:

1. Buena salud. Puesto que la vida religiosa exige grandes esfuerzos físicos, es necesario tener una buena salud.

2. Talentos ordinarios. Debe tener el candidato al menos habilidades ordinarias para seguir una vocación religiosa.

3. Independencia razonable. Si está obligado a cuidar de los padres, por ejemplo, esa persona no está libre para entrar al estado religioso.

4. Piedad normal. Si no tiene, cuando menos, una devoción ordinaria a las prácticas religiosas, difícilmente podrá adaptarse a los extraordinarios ejercicios religiosos de un sacerdote o monje.

Aparte de estas cualidades esenciales, están las que dependen y son inherentes al libre albedrío, pero que las inspira Dios para seguirle:

1. Un espíritu de sacrificio: la capacidad para poder abandonar los bienes inferiores, aunque más atractivos, a favor de los bienes superiores espirituales.

2. Un espíritu de celo: aquella forma especial de la caridad que inspira querer hacer algo para salvar almas.

3. Un espíritu de desinterés: el poder que capacita a una persona para estar en el mundo, pero no ser parte del mundo. Un religioso debe ser capaz de controlar sus emociones y, si es necesario, suprimirlas. Debe estar dispuesto a permanecer el resto de su vida en el celibato.

4. Un deseo de ser religioso: o la convicción de que el camino más seguro para salvar su alma es entrando al estado religioso.

La presencia de estas ocho señales es una indicación de que uno está siendo invitado por Dios a ser uno de los suyos. Su presencia, sin embargo, nunca equivaldrá a un mandato seguro: la decisión siempre se deja a la libre voluntad. Una vocación es la voz de Dios, no mandando, sino llamando. Seguir este llamado es seguir el plan especial de Dios. Una vocación es el camino particular en la vida que traerá una de las felicidades más grandes sobre la tierra y en la eternidad.

Es difícil enumerar todos los dones y gracias que el Todopoderoso Dios derrama sobre un religioso. Todo en la vida religiosa tiende hacia la santificación personal y la salvación de otros: la frecuente recepción de los sacramentos, los ejercicios religiosos y las prácticas piadosas, las innumerables oportunidades para la práctica de la virtud, la sagrada regla y las costumbres de la orden o congregación, los períodos de soledad y silencio, la santidad de sus ocupaciones, los votos de pobreza, castidad y obediencia, las numerosas instrucciones espirituales…

San Bernardo nos dice que los religiosos viven más puramente, caen rara vez, se levantan con mayor facilidad, están dotados más copiosamente de la gracia, mueren con mayor seguridad y son recompensados con mayor abundancia. Una vocación religiosa es una gracia magnífica de Dios, pero es sólo el comienzo de una larga cadena de gracias con las que deben cooperar sirviéndole con amor y fervor. Al ser fiel a su vocación, el religioso es capaz de cambiar el mundo, de ganar el mundo para Cristo, de restaurar todas las cosas en Cristo.

Si tal es el valor de la vocación religiosa, ¿podemos acaso comprender el mérito de un llamado al sacerdocio? En verdad, ¿qué sería la Iglesia católica sin el sacerdote? El confesionario sería inútil, la iglesia estaría vacía, el púlpito estaría en silencio. En momentos de pena y en la hora de la muerte no habría nadie para dar consuelo y aseguranzas del amor y el perdón divino. ¡Nunca antes ha habido tal necesidad por los sacerdotes, y nunca ha habido tal escasez de ellos!

La vida religiosa o sacerdotal parece ser difícil. Si confiamos en nuestras fuerzas, seguramente lo será. Se necesita la confianza en la bondad y el poder de Dios, cuya gracia siempre basta para cumplir lo que pide. Esta confianza se ganará con la oración ferviente. Debemos orar para conocer y hacer la voluntad de Dios, y debemos pedir por la gracia para llevarla a cabo rápidamente. Demorar la vocación sin una razón suficiente es arriesgar la invitación especial de Dios.

Alguien que se sienta llamado al sacerdocio o a la vida religiosa debería buscar el sabio consejo de un confesor o sacerdote. En la decisión de la vocación, lo esencial es entender qué es la voluntad de Dios, no necesariamente lo que a uno le gusta más. El joven rico del Evangelio ciertamente amaba a Dios, guardaba los mandamientos y era amado en gran manera por Nuestro Señor. Pero en su apego a las riquezas, rechazó el llamado de seguir a Cristo y “se fue triste.” Quiera Dios concederle a muchas almas la generosidad y dedicación necesarias para satisfacer las necesidades de nuestros tiempos. ¡He aquí, la cosecha es grande, y pocos los labradores!

 

Oración para escoger el estado de vida

Oh Dios mío, Tú que eres el Dios de sabiduría y del buen consejo, Tú que lees en mi corazón el sincero deseo de agradarte a tí solo y de hacer todo conforme a Tu santa voluntad en cuanto a mi decisión sobre el estado de vida; por la intercesión de la Santísima Virgen, Madre mía, y de mis santos patronos, concédeme la gracia para saber qué vida he de escoger, y para abrazarla una vez conocida, a fin de que así pueda yo buscar Tu gloria y merecer la recompensa celestial que has prometido a los que hacen Tu santa voluntad. Amén.

(Indulgencia de 300 días una vez al día —Papa Pío X)