La virtud de la paciencia
Rvdo. P. Dominic Radecki, CMRI
Tal vez hayan oído este pequeño rezo: “¡Señor, dame paciencia, pero apresúrate por favor!” ¿Qué es la paciencia? Es una virtud que nos ayuda a soportar tranquilamente nuestras tribulaciones y preservar la serenidad en medio de los sufrimientos de la vida, todo por amor a Dios. La paciencia suaviza las penas y evita el enojo y las quejas excesivas. La paciencia es guardiana de todas las virtudes, pues hay obstáculos en cualquier obra buena, y solo pueden vencerse por la paciencia.
Los escritores espirituales no son los únicos que dan fe de la importancia de la paciencia. En una ocasión, un inglés preguntó a Guillermo Pitt qué cualidad era la más esencial par ser primer ministro. Uno había dicho, la elocuencia, otro el conocimiento, y aún otro el trabajo duro. “No — dijo Pitt — es la paciencia o el dominio de sí mismo” (In Pursuit of Perfection, Charles Hugo Doyle, p. 133).
No hay mayor prueba de la paciencia o el autocontrol que en nuestros sufrimientos diarios. El sufrimiento es común a todos, pero solo es meritorio si se acepta con las disposiciones correctas. El P. Baltazar Álvarez enumera las cinco causas del sufrimiento que ponen a prueba nuestra paciencia:
1) El asalto del tiempo: el frío extremo, el calor excesivo, las tormentas violentas, la sequía, la alta humedad, las inundaciones, los terremotos, etc. Tales pruebas muy a menudo fortalecen la fe al recordarnos del soberano dominio de Dios.
2) Las necesidades de nuestra débil naturaleza humana, como la fatiga, la enfermedad, el hambre, la sed, etc. Dios permite estas cosas para que hagamos penitencia por nuestros pecados e incrementemos nuestras virtudes. El mayor de estos sufrimientos es la pena causada por la muerte de un ser querido, dolor que puede durar toda la vida.
3) El dolor, la irritación y la frustración debidos a los conflictos personales con otros. Dios utiliza la debilidad de otros para poner a prueba y fortalecer nuestras virtudes.
4) Los insultos, el desdén, la oposición, las falsas acusaciones y los malentendidos, que frecuentemente causan angustia mental.
5) Los sufrimientos que uno encuentra en el servicio de Dios, como la aridez espiritual, los escrúpulos, las distracciones, las tentaciones y las persecucions del diablo.
En todos estos casos, el sabio valientemente acepta y carga su cruz porque lo lleva a la salvación eterna. No sólo eso, incluso puede producir una felicidad sobrenatural en esta vida: “Considérenlo una alegría, hermanos míos, cuando seáis probados, porque la prueba de su fe engendra la paciencia.” Los santos sí supieron cómo sufrir con paciencia. Valiente y alegremente cargaron sus cruces porque se dieron cuenta de que la cruz es el mejor don de Dios. Los santos supieron que la paciencia en las tribulaciones es el camino principal para la salvación.
Dios no escogió a un ángel para mediar entre los pecadores y Él. Sino que el Padre envió al Hijo a sufrir y morir para redimir a la humanidad. A diferencia de un ángel, quien podría tener compasión pero no empatía por nuestra condición, Jesucristo asumió nuestra naturaleza humana para compartir nuestras heridas y dolores. Nunca más podrá decirse que Dios no conoce lo que es el sufrimiento por experiencia personal. Santa Juana Francisca de Chantal explica cómo este ejemplo enfático de Nuestro Señor puede inspirarnos. Hablando de los que nos han ofendido, escribe ella: “¿Con quiénes conversó Jesús? Con un traidor, que lo vendió barato; con un ladrón, que lo insultó en sus últimos momentos; con pecadores y fariseos orgullosos. Y nosotros ¿mostraremos cuán poca caridad y paciencia tenemos a cada sombra de afrenta o contradicción?”
En ocasiones tomamos la salida fácil y nos rendimos. Pero es entonces cuando necesitamos abrir los ojos. Cuando una oveja se extravía del rebaño, el pastor manda su perro, no para devorarla, sino para traerla de vuelta. Así nuestro Padre Celestial, si alguna de sus ovejas se extravía y se va por la senda equivocada, manda sus perros de aflicción para darnos a entender cuáles son nuestros deberes para con Él. Sus perros son la pobreza, la enfermedad, la muerte, la guerra y la pérdida de los bienes materiales o de los amigos.
La paciencia se ejercita cuando resignamos nuestra voluntad a la de Dios y aceptamos nuestras cruces como venidas de la mano de Dios para nuestro bienestar. Nuestras cargas individuales, cualesquiera que sean, son dones de Dios y nos traerán bendiciones, esto es, si las aceptamos con fe y amor. Cuando pedimos ayuda de Dios, es probable que no nos quite la carga de nuestros hombros, más bien nos fortalece para soportar esa carga. La paciencia no excluye forzosamente el deseo de alivio del sufrimiento, pero sí excluye el murmurar de él. Necesitamos orar y ejercitar nuestra paciencia y coraje para soportarlo.
Es fácil pensar que nuestros problemas son mayores que los de otros. Con todo, una visita al hospital más cercano pronto disipará tal ilusión. A menos que seamos muy egocéntricos y ciegos espiritualmente, saldremos del hospital contando nuestras bendiciones y agradeciendo a Dios. En efecto, ninguno de nosotros tienen un monopolio de los problemas. Hay suficiente para todos. Siempre ha habido.
La visión mundana del sufrimiento es engañosa y peligrosa; es irracional e impía. El mundo da al sufrimiento la consideración que debería realmente darse al pecado, pues para él es el mal supremo, y debe combatirse a toda costa como gran enemigo de la humanidad y como algo en que no hay partícula de bien o alguna circunstancia mitigante. Esta visión lleva a enérgicos esfuerzos por abolir el sufrimiento, haciendo a la gente por ello menos capaz de soportarlo y frecuentemente causando que sus esfuerzos se desperdicien y se dirijan erradamente.
El mundo valora y busca la comodidad, el placer y el estatus. ¿Qué lugar tienen el dolor y la pobreza en un plan de vida como este? ¿Qué necesidad hay, para los fines del mundo, de las virtudes como la paciencia, la resignación, la humildad, la satisfacción, la fe? El mundo no quiere saber acerca del sufrimiento ni hacer previsiones para él.
La verdadera paciencia es una virtud difícil de practicar por causa de nuestro egoísmo y el miedo a la cruz. Es difícil preservar la paz de alma en tiempos de enfermedad, infortunio y estrés. La presión de tantos y onerosos deberes de nuestro estado de vida causan a menudo que seamos impacientes junto con la fatiga de la batalla.
La práctica continua de la paciencia producirá mayor amor por Cristo y por nuestro prójimo. Nos haremos más tolerantes de las faltas de los demás, más clementes y más prestos a ayudar a otros. Este comportamiento será meritorio de manera sobrenatural, pero, obviamente, solo si estamos unidos a Cristo y sacamos nuestras fuerzas de Él. Debemos hacer nuestras buenas obras para su honra y gloria, de lo contrario, todo esto es meramente natural y rápidamente se desvanecerá en lugar de fortalecerse.
Como sucede con cualquier virtud, la paciencia y la semejanza con Cristo se logra por grados. Primero, debemos tener un deseo genuino y serio de adquirir la paciencia, y este deseo debe activarse a través de la oración diaria. Segundo, debemos resolver no permitir que las pequeñas cruces y contradicciones destruyan nuestra paz de alma. Santa Teresa dijo: “Si soportamos las cosas ligeras pacientemente, adquiriremos valor y fuerza para soportar las cosas más pesadas.” Tercero, la meditación en la Pasión de Cristo incrementará nuestro amor a Dios y producirá en nosotros un deseo sincero de imitación: “Cristo ha sufrido por ti, dejándote un ejemplo, para que siguieras en sus pasos.” San Pablo nos dice que pensemos en Cristo “quien soportó tal oposición de pecadores para que no te canses ni pierdas valor.”
El gozo de servir a Dios mana de nuestros corazones y nos capacita, no importa cuán débiles y tímidos parezcamos ser, para cargar la cruz alegremente y hasta triunfalmente. Un excelente ejemplo de esto sucedió en París durante la Revolución francesa:
“Condenada a la guillotina, una comunidad de monjas fue forazada a pasar por las abominables calles barridas por la tormenta, donde reinaba el terror, para llegar al lugar de su condena.
“Las religiosas levantaron su voces serenas y cantaron el sublime himno Veni Creator Spiritus. Nunca antes — pensaron sus oyentes — se había cantado esa antífona de alabanza majestuosa tan divinamente: era como si el mismo canto del cielo hubiese descendido y mezcládose con la melodía. El canto celestial no terminó cuando subieron las escaleras del patíbulo y hubo comenzado la carnicería. Voz tras voz tuvo que abandonar el coro a medida que cada monja caía bajo la hoja de la guillotina; al final solo se oyó una voz sosteniendo la santa melodía, sin titubeo ni cadencia, aun cuando las sangrienta navaja cayera y sellara el testimonio del último mártir. La marcha de de los seguidores de Nuestro Señor continúa por patíbulos y sangre, acosados por sufrimientos penosos y agudas torturas; pero, desde el principio mismo, seremos sostenidos por las raciones de su dicha, y esperaremos felizmente su regalo prometido cuando llegue la noche y dejemos caer nuestras armas en el reino celestial.”
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.