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La familia numerosa

Alocución del papa Pío XII a los directores de las Asociaciones por las Familias Numerosas de Roma e Italia,
20 de enero de 1958

(Reimpresión de la revista The Pope Speaks, primavera de 1958)


Amados hijos e hijas, dirigentes y representantes de las Asociaciones por las Familias Numerosas de Roma e Italia, esta vuestra visita debe contarse entre las que traen el más profundo placer a Nuestro corazón. Bien concientes estáis del animado interés que Nos tenemos en la vida familiar, y de cómo nunca dejamos pasar una oportunidad de señalar su dignidad multilateral, de reafirmar sus derechos y defenderlos, de inculcar los deberes que supone; en pocas palabras, hemos hecho de ella uno de los puntos centrales Nuestra enseñanza.

Es este mismo interés en las familias que Nos hace aceptar pasar cuando menos unos momentos con grupos familiares que vienen a Nuestra casa (siempre que los deberes de Nuestro oficio no imposibiliten esto), y por eso, en esta ocasión, consentimos en ser fotografiados en medio de ellos, a fin de dejar una especie de registro perdurable de Nuestra alegría y la suya.

Padre de la familia humana

¡El papa en medio de una familia! ¿No es ese el lugar justo donde pertenece? ¿No es él (en el sentido espiritual más elevado de la palabra) el Padre de la familia humana entera que ha renacido en Cristo y en la Iglesia? ¿No es a través de él, el Vicario de Cristo en la tierra, que se pone en práctica el maravilloso plan de la Sabiduría creativa, el cual plan ha conferido a toda la paternidad humana el destino de preparar una familia escogida para el cielo, donde el amor del Dios uno y trino la envolverá en un abrazo singular y eterno y se dará a sí mismo como la herencia que ha de hacerla perfectamente feliz?

Un triple testimonio

Mas vosotros no representais cualesquier familias; vosotros sois y representais familias numerosas, aquellas que fueron grandemente bendecidas por Dios y que son especialmente amadas y preciadas por la Iglesia como su tesoro más precioso. Pues estas familias ofrecen un testimonio particularmente claro de tres cosas que sirven para asegurar al mundo de la verdad de la doctrina eclesiástica y la sensatez de su práctica, y que redundan, por el buen ejemplo, en gran beneficio de todas las otras familias y de la sociedad civil misma.

Dondequiera que se encuentren familias numerosas, estas dan señal de la salud física y moral de un pueblo cristiano; de una fe viva en Dios y de confianza en su Providencia; de la feliz y provechosa santidad del matrimonio católico.

Nos gustaría decir algunas palabras acerca de cada uno de estos puntos.

Seguramente, una de las aberraciones más perniciosas que ha aparecido en la sociedad moderna, de tendencias paganas, es la opinión de aquellos ansiosos por clasificar la fecundidad del matrimonio como un “mal social,” y que sostienen que cualquier nación que se halle de esta manera afligida debe hacer un gran esfuerzo y utilizar cualquier medio para curar la enfermedad. Esta es la base para la propaganda que pasa con el nombre de “planificación familiar;” en ocasiones es promovida por personas y organizaciones que inspiran respeto a causa de sus posiciones en otros campos, pero que, desafortunadamente, han tomado una postura en esta cuestión que debe ser condenada.

Control de la natalidad

Por triste que sea ver lo generalizadas que se han vuelto las doctrinas y prácticas de este tipo, incluso entre las clases tradicionalmente sanas, es confortante ver indicaciones y pruebas de una reacción saludable en vuestro país, tanto en el campo legal como médico. Como bien sabéis, el artículo 31 de la actual Constitución de la república italiana, para citar solo una fuente, presta “especial atención a las familias numerosas,” y la enseñanza prevalente entre los médicos italianos sigue la línea de una oposición cada vez más fuerte contra las prácticas del control de la natalidad.

Esto no significa que el peligro ha pasado y que hemos destruido los prejuicios que tienden a hacer que el matrimonio y sus sabias normas se sometan a las metas del reprensible orgullo y egoísmo de la sociedad o de individuos. Deploramos en particular aquella sección de la prensa que de vez en cuando vuelve a tomar la cuestión con la obvia intención de confundir a las buenas gentes y de llevarlas al error con pruebas engañosas, con encuestas discutibles e incluso con declaraciones falsificadas de un clérigo u otro.

Obediencia a las leyes naturales

A todos los católicos exhortamos que den amplia difusión al principio, firmemente fundado sobre la verdad, de que el único modo de proteger la salud física y moral de la familia y de la sociedad es mediante la obediencia de todo corazón a las leyes naturales, o mejor dicho, del Creador, y, sobre todo, fomentando un sincero y sagrado respeto hacia ellas.

En este asunto, todo depende de la intención. Podréis multiplicar las leyes y hacer más duras los castigos; podréis dar pruebas irrefutables de la estupidez de las teorías del control natal y del daño que viene como consecuencia de ponerlas en práctica; pero hasta que no haya una sincera determinación de dejar que el Creador continúe con su obra como Él desea, entonces el egoísmo humano siempre encontrará nuevas sofisterías y excusas para acallar la voz de la conciencia (hasta donde pueda), y seguir con los abusos.

Ahora, el valor del testimonio ofrecido por los padres de familias numerosas no yace solo en su rechazo contundente y unívoco de cualquier compromiso deliberado entre la ley divina y el egoísmo humano, sino también en su buena disposición para aceptar alegremente y con gratitud estos dones inestimables de Dios — sus hijos — en la cantidad que a Él le plazca mandar.

Esta actitud libera a las parejas casadas de las ansiedades y remordimientos opresivos, y, en la opinión de médicos excepcionales, crea las condiciones psicológicas ideales para el sano desarrollo de los hijos nacidos a partir del matrimonio. Pues, justo en el comienzo de estas nuevas vidas, elimina todas esas preocupaciones y alteraciones que tan fácilmente pueden dejar marcas físicas o psicológicas en la madre o el hijo.

Exceptuando los casos excepcionales, y Nos ya hemos tenido ocasión de hablar de estos, la ley de la naturaleza es básicamente una de armonía, y lleva a la discordia y a las contradicciones solo en los casos en que su operación normal ha sido alterada por circunstancias particulares que, en su mayor parte, son anormales, o por deliberada oposición de parte de la voluntad humana. No hay eugenesia que pueda mejorar la naturaleza: es buena como ciencia en tanto que no tenga por meta ganar un profundo conocimiento de las leyes naturales y respete estas mismas leyes, si bien en algunos casos sea prudente disuadir a personas que sufren de defectos graves de que se casen (cfr. Enc. Casti connubii, dic. 31 de 1930: A.A.S. 22 [1930] p. 565).

Salud física y moral

De nuevo, el buen sentido común siempre y en todas partes consideraba que las familias numerosas eran una señal, una prueba y una fuente de la salud física; y la historia no se equivoca cuando indica que la principal causa de la decadencia de los pueblos es la violación y el abuso de las leyes que gobiernan el matrimonio y la procreación.

Lejos de ser un “mal social,” las familias numerosas son una garantía de la salud moral y física de un pueblo. En los hogares donde los llantos del bebé resuenan siempre de la cuna, florecen espontáneamente las virtudes y se hace huir al vicio, como si hubiese sido perseguido por la niñez, renovada allí como el aliento fresco y vigorizante de la primavera.

Así que, dejad que el débil y el egoísta tomen ejemplo de vosotros; dejad que la nación os siga amando y agradeciendo por todos los sacrificios que habéis asumido para criar y educar a sus ciudadanos; de igual manera la Iglesia está complacida porque le permitís ofrecer grupos cada vez más grandes y sanos de almas para la actividad santificadora del Espíritu divino.

En el moderno mundo civil la familia numerosa es considerada, por lo general, y con buena razón, como prueba del hecho de que la fe cristiana se vive como debe ser, pues el egoísmo que Nos acabamos de señalar como el principal obstáculo para el crecimiento de un grupo familiar no puede ser vencido exitosamente sin recurrir a los principios éticos y religiosos.

En tiempos recientes hemos visto como las supuestas “políticas demográficas” no han logrado alcanzar resultados notables; y es fácil ver el porqué, pues el interés individual casi siempre vencerá el orgullo y egoísmo colectivo que esta idea a menudo expresa; además, las metas y métodos de esta política degradan la dignidad de la familia y de la persona al colocarla en el mismo nivel que las especies inferiores.

La luz del cristianismo

Solo la luz divina y eterna del cristianismo da plenitud de vida y significado a la familia, y esto es tan cierto que desde el mismo principio, y por todo el decurso de su historia, las familias numerosas han sido consideradas con frecuencia como sinónimo de familias cristianas.

El respeto a las leyes divinas ha hecho que abunden en vida; la fe en Dios da a los padres la fuerza y el vigor necesarios para enfrentar el sacrificio y la autonegación exigidas en la crianza de los hijos; los principios cristianos los guían y ayudan en la pesada labor de la educación; el espíritu cristiano del amor vigila su paz y buen orden, y de la naturaleza parece sacar y conferir las alegrías familiares más profundas a los padres, hijos, hermanos y hermanas.

Aun externamente, la familia numerosa y bien ordenada es una especie de santuario visible: el sacramento del bautismo no es un acontecimiento excepcional para ellos, sino algo que constantemente renueva el gozo y la gracia del Señor. La serie de felices peregrinajes a la fuente bautismal aun no acaban de terminarse cuando comienza la confirmación y la primera comunión, sin perder la misma inocencia. El más joven de los hijos apenas habrá puesto a un lado su trajesito blanco entre las memorias más queridas de la vida, cuando ya aparece el primer velo de bodas para reunir a padres, hijos y parientes nuevos al pie del altar. A ello le siguen más matrimonios, más bautismos, más primeras comuniones, como primaveras siempre nuevas que, en cierto sentido, hacen que las visitas de Dios y de su gracia al hogar sean interminables.

Confianza en Dios

Mas Dios también visita las familias con su Providencia, y los padres, especialmente los pobres, dan claro testimonio de esto al colocar toda su confianza en Él cuando los esfuerzos humanos no son suficientes. ¡Confianza de fundamento sólido y no en vano! La Providencia — en palabras e ideas humanas — no es una suma total de actos excepcionales de la misericordia divina; es el resultado ordinario de la actividad armoniosa de la sabiduría, la bondad y la omnipotencia infinitas del Creador. Dios nunca rehusará los medios de vida a quienes llama a la existencia.

El divino Maestro ha enseñado explícitamente que “la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (cf. Mt. 6, 25). Si algún incidente, sea pequeño, sea grande, parece contradecir esto, es señal de que el hombre ha colocado obstáculos en el camino de los designios divinos, o, si no, en casos excepcionales, que Dios tiene planes superiores para el bien; pero la Providencia es algo real, algo necesario por ser Dios el Creador.

Sobrepoblación

El presunto problema de la sobrepoblación de la tierra es en parte real y en parte temido sin razón como una catástrofe inminente para la sociedad moderna; y, sin duda, el surgimiento de este problema y el continuo fracaso por encontrar una solución no se debe a alguna confusión o apatía por parte de la divina Providencia, sino más bien al desorden por parte del hombre, en especial a su egoísmo y su avaricia.

Con el progreso que se ha hecho en la tecnología, con la facilidad de la transportación, y con las nuevas fuentes de energía que apenas están empezando a aprovecharse, la tierra puede prometer prosperidad a todos los que van a morar en ella largo tiempo.

En cuanto al futuro, ¿quién puede prever los nuevos e insospechados recursos que puedan encontrarse en nuestro planeta, y qué sorpresas puedan descubrirse fuera de ella por medio de los maravillosos logros científicos que apenas acaban de comenzar? ¿Y quién puede estar seguro de que el ritmo natural de la procreación será el mismo en el futuro? ¿No es posible que entre en juego alguna ley que moderará el ritmo de la expansión desde dentro? La Providencia ha reservado el destino del mundo para sí.

Es extraño encontrar que los temores de algunos individuos sean capaces de cambiar esperanzas bien fundadas para la prosperidad en una amenaza catastrófica en el momento mismo cuando la ciencia está transformando lo que solía ser considerado como sueños de imaginaciones alocadas en realidades útiles.

De manera que la sobrepoblación no es una razón válida para propagar las prácticas ilícitas del control natal. Es simplemente un pretexto utilizado por quienes desearían justificar la avaricia y el egoísmo; por aquellas naciones, por ejemplo, que temen que la expansión de otras presentará un peligro para su propia posición política y causará una degradación de sus condiciones de vida generales; o por individuos, especialmente los de buena posición, que prefieren el mayor gozo posible de los bienes terrenales a los elogios y el mérito de traer nuevas vidas a la existencia. El resultado final es que quebrantan las leyes fijas y ciertas del Creador so pretexto de corregir los supuestos errores de su Providencia.

Sería más razonable y útil si la sociedad moderna hiciera un esfuerzo más determinado y unviersal para corregir su propia conducta, quitando las causas de la hambruna en las “zonas de crisis” o sobrepobladas, mediante un uso más activo de los descubrimientos modernos para fines pacíficos; una política más abierta de colaboración e intercambio, una economía que vea más hacia el futuro y que sea menos nacionalista; sobre todo, reaccionando a todos los indicios de egoísmo con caridad, y a los de avaricia con una aplicación más concreta de la justicia.

Dios no va a pedir cuentas a los hombres por el destino general de la humanidad; ese es su problema; pero sí exigirá cuentas de los actos individuales que han realizado deliberadamente conforme a los dictados de la conciencia o contra ellos.

En cuantro a vosotros, padres e hijos de familias numerosas, sigan dando testimonio sereno y firme de su confianza en la divina Providencia, y estén seguros de que Él no dejará de recompensaros con el testimonio de su auxilio diario y, cuando sea necesario, con aquellos auxilios extraordinarios que muchos de vosotros ya han sido afortunados de experimentar.

Y ahora unas cuantas palabras sobre su tercer testimonio, palabras que pueden dar nuevas fuerzas a quienes son temerosos y os traen pequeño consuelo.

Las familias numerosas son los arriates más espléndidos en el jardín de la Iglesia; la felicidad florece en ellos y la santidad madura en suelo favorable. Dios quiso que cada grupo familiar, aun el más pequeño, fuera un oasis de paz espiritual. Pero hay una tremenda diferencia: donde el número de hijos no es más que uno, la intimidad serena que da valor a la vida tiene un toque de melancolía o de palidez; no dura tanto, puede ser más incierta y con frecuencia está nublada por temores secretos y remordimientos.

La felicidad en una familia numerosa

Es muy diferente a la serenidad de espíritu hallada en padres rodeados de una rica abundancia de vidas jóvenes. El gozo que viene de las abundantes bendiciones de Dios rompe de mil maneras y no hay miedo de que termine. Las frentes de estos padres y madres pueden estar cargadas de cuidados, mas nunca hay señal de alguna sombra interior que delate ansiedad de conciencia o miedo de un irreparable regreso a la soledad. Mientras la dulce fragancia de una cuna permanezca en el hogar, mientras las paredes de la casa den eco a las voces argentinas de hijos y nietos, su juventud nunca parecerá desvanecerse.

Sus pesadas labores, multiplicadas una y otra vez, sus intensificados sacrificios y su renuncia a las diversiones costosas son recompensadas incluso aquí abajo con el inagotable tesoro del afecto y las tiernas esperanzas que residen en sus corazones; y de él nunca se cansarán ni les molestará.

Las esperanzas pronto se vuelven realidad cuando la hija mayor comienza a ayudar a su madre en el cuidado del bebé, y cuando el mayor de los hijos llega a casa con rostro sonriente y con el primer salario que se ha ganado para sí mismo. Aquél día será particularmente feliz para los padres, pues hará desaparecer el fantasma de una edad vieja pasada en la miseria, y se sentirán asegurados de una recompensa por sus sacrificios.

Cuando hay muchos hijos, a los jovencitos se les ahorra el aburrimiento de la soledad y la incomodidad de tener que vivir en medio de adultos todo el tiempo. Es cierto que algunas veces pueden vovlerse tan animados que os pongan los nervios de punta, y sus riñas pueden parecer pequeños motines; pero incluso sus discusiones juegan un papel efectivo en la formación del carácter, siempre y cuando sean breves y superficiales. Los hijos de familias numerosas aprenden casi automáticamente a ser cuidadosos de lo que hacen y a asumir responsabilidad; aprenden a respetarse y a ayudarse, a ser de gran corazón y generosos. Para ellos, la familia es como lugar de prueba, antes de que salgan al mundo exterior, que será más difícil y más exigente.

Las vocaciones

Todos estos preciosos beneficios serán más sólidos y permanentes, más intensos y fructíferos si la familia numerosa toma como principio rector el espíritu sobrenatural del Evangelio, el cual espiritualiza todo y lo hace eterno. La experiencia muestra que en estos casos, Dios a menudo va más allá de los dones ordinarios de la Providencia, como lo es el gozo y la paz, para conferirle un llamado especial, una vocación al sacerdocio, a la vida religiosa, a la mayor santidad posible.

Con buena razón se ha señalado frecuentemente que las familias numerosas han estado al frente como cunas de santos. Podríamos citar, entre otras, a la familia de san Luis, el rey de Francia, compuesta de diez hijos, la de santa Catalina de Siena, quien descendía de una familia de veinticinco, san Roberto Belarmino de una familia de doce, y san Pío X de una familia de diez.

Cada vocación es un secreto de la Providencia; pero estos casos prueban que un número grande de hijos no impide a los padres darles una crianza excepcional y perfecta; y muestran que la cantidad no trabaja en desventaja de su calidad, sea respecto a los valores físicos, sea los espirituales.

Vigilancia y acción

Una última palabra para vos, directores y representantes de las Asociaciones por las Familias Numerosas de Roma e Italia. Sed cuidadosos de imprimir un sello de dinamismo cada vez más vigilante y fructuoso en la acción que deseáis llevar a favor de la dignidad de las familias numerosas y a favor de su protección económica.

Con respecto a la primera de estas metas, manténganse en línea con las directivas de la Iglesia; con respecto a la segunda, debéis despertar del letargo a aquella parte de la sociedad que aún no está conciente de sus responsabilidades sociales. La Providencia es una verdad y una realidad divina, pero decide hacerse de cooperadores humanos. Por lo general, entra en acción y sale en nuestro auxilio cuando ha sido llamada y llevada por la mano del hombre; le encanta estar escondida detrás de la actividad humana. Si bien es justo reconocer que la legislación italiana puede legítimamente presumir de ser la más avanzada en esta area de ofrecer protección a las familias y, en especial, a las familias numerosas, no debemos cerrar nuestros ojos al hecho de que aún hoy hay un número considerable de aquellas que son lanzadas de un lado a otro, entre el desasosiego y la privación real, y sin culpa suya. Vuestra acción debe tener por meta traer a estas personas la protección de las leyes, y en los casos más urgentes, la ayuda de la caridad. Todo logro positivo en este campo es como una piedra sólida colocada en la estructura de la nación y de la Iglesia; es lo mejor podéis hacer como católicos y como ciudadanos.

Pidiendo la protección divina para vuestras familias y para las de toda Italia, y colocándolas una vez más bajo la protección celestial de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, Os conferimos con todo Nuestro corazón Nuestra paternal bendición apostólica.