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La consagración en la Misa, el sacerdocio y el celibato

Sermón dado por el Rvdo. P. Casimir Puskorius, CMRI, el Domingo después de Pascua.

Hoy es domingo del Buen Pastor, y, como anuncié la semana pasada, me gustaría hablar de varios aspectos de la Sagrada Eucaristía durante este mes de abril. Lo que se me ocurrió hoy, considerando esta fiesta, fue que el Buen Pastor vez tras vez da su vida por su rebaño en la consagración de la Misa. No lo duden: eso es lo que realmente sucede en cada Misa ofrecida. Hablando de la Sagrada Eucaristía, San Pablo declara que todas las veces que la consumimos, “anunciamos la muerte del Señor hasta que venga” (I Co. 11:26). Eso siempre ha sido la doctrina de la Iglesia con respecto a la Misa. Es un banquete espiritual; pero en el sentido pleno de la palabra, es la muerte de Cristo sobre la cruz místicamente renovada. Es el mismo sacrificio que fue ofrecido en el calvario, sólo que de manera distinta.

Es cierto que el cuerpo, la sangre y el alma de Cristo ya no pueden separarse una vez que resucitó gloriosamente de entre los muertos. Y, sin embargo, vemos una especie de separación en la Misa, pues están las consagraciones separadas del pan y del vino. En la Sagrada Comunión ustedes reciben a Cristo entero, aun cuando sólo reciban la Hostia, pero las dos consagraciones separadas muestran la muerte mística de Nuestro Señor sobre la cruz.

Quisiera hablar algo de filosofía y enseñarles acerca de la sustancia y sus accidentes. Tomaremos una manzana como nuestro ejemplo. Un filósofo miraría una manzana y diría: tenemos su substancia y sus accidentes. La sustancia es la manzana en sí. Los accidentes son la rojez, la figura, la textura, el peso. Estas cualidades, o accidentes, no pueden existir por sí mismas, pues nunca vemos la rojez flotando por ahí; sino que tiene que existir en una substancia. Un filósofo es capaz — y si vamos a eso, todos somos capaces, ya que todos somos filósofos en cierto grado — de dividir cosas en la mente que no pueden dividirse en la realidad material. Así, aunque separemos la rojez de la manzana en nuestras mentes, nunca podrá suceder realmente. Así es con todas las cosas del universo físico, siendo la excepción la Sagrada Eucaristía.

En la Misa hay pan y vino: la substancia del pan, que es el pan mismo, y la substancia del vino, que es el vino en sí. El pan posee los accidentes de color, sabor, figura, peso y cualquier cosa aparente a los sentidos. El vino parece vino, huele a vino y sabe a vino. Lo que sucede en la Misa es que la substancia desaparece, pero los accidentes continúan existiendo sin ella; o podríamos decir que ahora están unidos a una nueva Substancia, que es Cristo mismo. Ése es el milagro que Dios obra en cada Misa a través de la instrumentalidad del sacerdote.

“El corazón de un sacerdote”

Una de las cosas más inspiradoras que haya visto sobre la Misa, particularmente en cuanto a la consagración, fue de ese hermoso video Corazón de un sacerdote [“Heart of a Priest.” N. del T.]. Se trata de un sacerdote encarcelado en la China comunista en 1956. Lo bello de la historia es que él se da cuenta de que amigos paisanos le habían pasado de contrabando algo de vino y unas hostias; y tras varios años de no poder decir Misa a causa de su cautiverio, la ofrece en esa fría y triste celda. La Misa que ahí tuvo lugar se dice en la iglesia más hermosa del mundo, y es la misma que ocurrió en el Calvario. Es maravilloso ver cómo en esta película (adaptada al formato de video) se yuxtaponen: se muestra la celda, una hermosa iglesia, y finalmente a Nuestro Señor colgando de la cruz. Esa es la realidad de la Misa, mis queridos hermanos, y ustedes y yo somos lo suficientemente afortunados para estar aquí presenciándola.

Otras cosas de la exhibición también me inspiraron. Una de ellas fue una frase que usó el narrador para describir el momento de la consagración: “El tiempo se detiene.” No explica por qué lo dice, pero creo que es porque la Misa es el mismo Sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz. Es como si de repente dos mil años desaparecieran: ¡ya no existen! Como el Calvario y la Misa son el mismo Sacrificio, y como Dios ve todas las cosas en un presente continuo, un ahora eterno, en ese sentido el tiempo se detiene en la consagración de toda Misa.

Otra escena inspiradora de la película ocurre al principio, cuando el sacerdote ansía decir la Misa. Mira sus manos, que en ratos habían estado en cadenas, y pregunta angustiado: “¿Volverán alguna vez a sostener la Hostia y el Cáliz?” Claro que volverían, y de hecho volvió a sostenerlos en esa misma celda. Después de haber sido soltado, contó al resto del mundo esta bella historia. Su nombre era Padre John Houle, S.J.

El celibato como medio para la santidad en el sacerdocio

Algo así de sagrado y maravilloso, mis queridos hermanos, exige la santidad en el sacerdote. Claro está que manos inmerecedoras nunca ofrecen el Sacrificio. De eso se trata el entrenamiento en el seminario: no sólo se quiere producir un joven que tenga mucho conocimiento de filosofía y teología, sino, sobre todo, producir un hombre que tome en serio la santidad, pues su función principal es obrar lo más sagrado en el mundo: bajar a Dios del cielo al altar.

Parte del sendero hacia la santidad del sacerdote implica con mucho su celibato. Su celibato es algo de gran valor. Para poder darse plenamente a Dios, deja el bien del matrimonio y el compañerismo humano que conlleva. En verdad, ¿no es eso lo que San Pablo dice en su carta a los corintios? Dice que el corazón del casado está dividido (I Co. 7:33). No dice, por supuesto, que es cosa mala, porque, ¿cómo pude ser malo el matrimonio cuando Cristo lo dignificó al hacerlo sacramento? Más bien, dice que la realidad es que uno no puede darse tan plenamente a Dios cuando trata de complacer tanto al cónyuge como a Dios. El que es virgen no tiene esa dificultad. El que es virgen, al no estar casado “por amor al reino” (Mt. 19:12), puede darse a sí mismo, o así misma, totalmente a Dios. Es un medio para un fin, un medio muy importante para un fin.

Es cierto que en la Iglesia primitiva muchos sacerdotes y obispos se casaban. Pero la Iglesia rápidamente descubrió qué tan incompatibles eran estas dos vocaciones. Desde un punto de vista meramente práctico, ¿cuántos de nosotros trataríamos de vivir dos vocaciones al mismo tiempo? ¡Hay demasiado qué hacer! Y por eso se instituyó en la Iglesia primitiva, en ciertas localidades, el celibato como requisito obligatorio para el sacerdocio; y luego, después de algunos siglos, se convirtió en una condición universal en el rito romano, una condición muy sensata y necesaria.

En los ritos orientales de la Iglesia católica, a los hombres casados se les permite hacerse sacerdotes, pero éstos representan un porcentaje muy pequeño del total de sacerdotes católicos en el mundo. Por rica y digna que sea la historia y la cultura de los ritos orientales, son una pequeña minoría (menos del 3% de la población católica mundial, según estadísticas del National Catholic Almanac en tiempos anteriores al Vaticano II). Lo que a ellos les es permitido, por factores culturales e históricos, no es automáticamente para mejoramiento de la Iglesia entera. Por tanto, los promovedores de un clero casado en los ritos occidentales de la Iglesia (siendo el rito romano el predominante) no pueden aquí sacar un argumento a favor.

Hasta en los ritos orientales, a un sacerdote se le prohibe volverse a casar si su esposa llega a morir. Solamente antes de la ordenación se le permite contraer matrimonio; si su esposa fallece, no se le permitirá ningún matrimonio subsecuente. A los obispos nunca se les permite casamiento. Vemos entonces que aun en los ritos orientales existe un entendimiento sobre la incompatibilidad de estas dos vocaciones. Estas son dos caminos de vida muy distintos y, en términos prácticos, es casi imposible para un hombre cumplir con ambos.

Escándalos de hoy en el sacerdocio

Menciono todas estas cosas acerca del celibato del sacerdocio por algo que necesita ser atendido. Los medios de comunicación han estado reportando casi todos los días de escándalos entre sacerdotes. Es extremadamente triste leer de sacerdotes que cometen lo impensable: el abuso sexual de niños. Es muy lamentable, muy trágico. Lo que también es lamentable es la falsedad, frecuentemente murmurada, de que el celibato fue la causa de este crimen de abuso sexual, y que, por lo tanto, debe abolirse como requisito para el sacerdocio. Esto es, como les mostraré hoy, una falacia; lo que llamaríamos la falacia de la no causa por causa.

La verdadera causa, como veremos, se puede rastrear directamente a los cambios desastrozos que han estado ocurriendo en la Iglesia y en la sociedad desde los 60. Cuando examinamos los antecedentes de los sacerdotes injuriosos, encontramos que, por lo general, cometieron sus crímenes en esa época y en años subsecuentes. No estoy aquí para condenar individuos, sino para condenar el crimen y dejar bien claro que la Iglesia católica no está equivocada en su requerimiento de un sacerdocio célibe.

En lugar de citar fuentes religiosas, citaré de dos escritores seculares. Uno es George Neumayr, quien recientemente fue becario1 en los medios de comunicación en el Hoover Institution; y el otro es un escritor de Inglaterra, Stuart Reid. Sus artículos nos dicen algo muy distinto de lo que se oye en casi todas partes.

El artículo de Neumayr se titula El merecido del catolicismo liberal [“Liberal Catholicism’s Just Deserts.” N. del T.], y fue publicado en el internet el 1ºe marzo del 2002 (usted puede leerlo en www.theamericanprowler.org/article.asp?art_id=2002_2_28_21_58_37):

“Los mismos liberales que deseaban la entrada de la revolución sexual en la Iglesia católica están repentinamente escandalizados por sus efectos en el sacerdocio.

“Después del Vaticano II, la Iglesia católica norteamericana muy estúpidamente tomó el consejo de la cultura secular y adoptó una actitud indulgente. “Relájense,” “no sean críticos,” “acepten a los tipos no-acostumbrados en el sacerdocio”: esto fue lo que la cultura secular, fuera y dentro de la Iglesia, le dijo a los obispos norteamericanos: ¡y le hicieron caso!

“Los seminarios pronto se convirtieron en refugio para excéntricos pervertidos. Los católicos conservadores predijeron que este colapso en los criterios de admisión al seminario conduciría a la tragedia, pero los católicos liberales — embriagados con ese “aire fresco” en la Iglesia y mofándose de la vieja moral — hicieron a un lado a estos tradicionalistas calificándolos de maniáticos que no estaban al tanto con el zeitgeist2.

“Cierto, la introducción del liberalismo moral en la Iglesia católica norteamericana no es la única causa del problema de pedofilia en la Iglesia. La facultad del hombre de escoger el mal libremente es la explicación principal para el escándalo. Pero el liberalismo moral — que tiende a racionalizar y hasta santificar los efectos del pecado original — incita la propagación de la sensualidad en la Iglesia.”

Neumayr explica luego lo que el arrepentido psicólogo William Coulson dijo acerca del entrenamiento de sensibilización que impuso sobre los sacerdotes y religiosos después del Vaticano II. Sus teorías terminaron por hacer que “sacerdotes y monjas se sintieran bien por ser malos.” La moralidad ya no se iba a medir por ningún criterio objetivo, por lo que no era necesario seguir las enseñanzas inmutables de la Iglesia sobre la castidad y la santidad del matrimonio. Cualquier individuo con buen sentido común puede claramente ver a donde iba llevar esto…

Continuando con el informe de Neumayr:

“Pero la cultura liberal dentro de la Iglesia católica norteamericana — imitando el colapso moral en el orden secular — no rechazó esas teorías [de Coulson y su mentor, Carl Rogers]. Los obispos siguieron aceptando aberrantes en los seminarios, y a los católicos conservadores que se hallaban pasmados les aseguraban que Dios desea que la Iglesia utilice a “gente destrozada” como instrumentos.

“Ahora la Iglesia está pagando su traición a la tradición católica. El remedio a sus problemas está en recuperar esa tradición, no en debilitarla más.

“Pero eso es precisamente lo que la élite liberal — cuyas lágrimas de cocodrilo nublan su visión — está exigiendo de parte de la Iglesia. Ellos piden, no que refuerce el voto sacerdotal de la castidad con la gravedad que se tenía antes del Vaticano II, por supuesto, sino que lo supriman.

“El celibato es una carga gravosa que fácilmente puede distorcionar la psique de una persona,” dice el escritor Andrew Sullivan en la revista Time. Pues no, es la inmoralidad sexual la que distorciona las psiques. Los pedófilos que entran en el sacerdocio no fueron castos antes de su ordenación ni después.

“Sullivan dice: “Muchos hombres conflictivos tienden hacia el sacerdocio precisamente porque promete poner una camisa de fuerza sobre sus compulsiones y confusiones.” Pues no, ellos se sintieron atraídos al sacerdocio de después de los 60 porque la recién liberada Iglesia no les pondría ninguna camisa de fuerza sobre sus compulsiones. Los degenerados sociales fueron en tropel hacia las Órdenes porque el etos recién “iluminado” de la Iglesia norteamericana era clemente hacia las irregularidades sexuales.”

Sullivan luego pregunta cómo es que una Iglesia que predica contra los pecados de la carne “tolere, ignore o encubra los abusos sexuales de niños cometidos por sus propios sacerdotes.” La respuesta de Neumayr es perfecta: “Muy fácil: desde hace décadas que no ha predicado la ilicitud [de tales pecados]. En cambio, aceptó en gran parte esa revolución sexual donde todo se vale, y ahora se está enfrentando a las consecuencias de esa corrupción.”

Estoy consciente de que ésta es sólo la opinión de Neumayr, pero creo que está bien fundamentada. Nos ayuda a darnos mejor cuenta del porqué la Iglesia católica ha prescrito ciertas cosas en el pasado. ¡Es con gravísimo riesgo que las enseñanzas y prácticas tradicionales estén siendo ignoradas!

El siguiente artículo va al grano de forma más directa. Este extracto es de Los monaguillos están pagando el precio del Vaticano II [“Altar Boys Are Paying the Price of Vatican II.” N. del T.], escrito por Stewart Reid de Inglaterra (www.telegraph.co.uk/opinion of April 12, 2002).

“Existe un problema muy serio en la Iglesia católica, pero seamos claros en cuanto a lo que no es el problema. No es, como muchos creen, la regla del celibato… Si quieren pruebas de que el celibato no es la causa del acoso sexual de niños o de la promiscuidad homosexual, miren a la iglesia de Inglaterra, o visiten su grupo ciberespacial de pedófilos más cercano. La verdad es que el celibato es la única esperanza que los pedófilos — y sus posibles víctimas — tienen.

“El verdadero problema es el legado del Segundo Concilio Vaticano (1962-1965). No es coincidencia, como dicen los marxistas, que el “espíritu” revolucionario del Vaticano II comenzara alrededor del tiempo en que iniciaran los abusos.

“Al abrirse al mundo — la meta del Vaticano II — la Iglesia esperaba fomentar una renovación de la vida espiritual. Esta renovación nunca se materializó. Al contrario, los bancos de la iglesia se vaciaron, los seminarios y las escuelas cerraron, las anulaciones subieron vertiginosamente (en EE UU, de 338 al año en 1968, a 52,000 en 1983). Las monjas comenzaron a leer a Germaine Greer3 y lo sacerdotes se salieron para contraer matrimonio (dando mayor libertad a la clase que no se casa).

“Lo que siguió al Concilio fue un descenso moral, intelectual, cultural y espiritual. Se extendió más allá de la Iglesia. Al deshacerse de su Misa latina, la Misa de Bach, Beethoven y Palestrina en pro de un servicio en vernáculo donde se podía participar alabando y dando gracias; Roma cometió un acto de vandalismo, tal como si hubera ordenado la destrucción de todas las grandes catedrales de Europa.

“Así como están las cosas, grandes cantidades de dinero, tal vez no como las que se les ha soltado a las víctimas de abuso, se han gastado en la destrucción de altares, el arrasamiento de barandillas y, principalmente, en la demolición de santuarios para dar cabida a una nueva liturgia antropocéntrica. Es como si Roma se hubiera visto arrebatada por un odio frenético hacia la belleza. Por eso están vacías las iglesias; por eso la cultura del balneario y de los cuartos ciberespaciales del chat tienen un apoyo tan seguro en el mundo católico y — si a eso vamos — secular.”

Hay todavía más que pudiera leerles, pero creo que ya quedó claro el asunto. Creo que debemos estar muy agradecidos, mis queridos hermanos, pues comprendemos que es una gracia el entender que la Iglesia católica tradicional es el camino seguro en el cual debemos estar. En ocasiones puede que no entendamos todas las enseñanzas de la Iglesia y nos preguntemos por qué hace las cosas de cierta manera; pero créanme, toda directiva que la Iglesia nos ha dado a través de los siglos es para una sola razón: ayudarnos a alcanzar el Cielo.

La lección que todos podemos aprender personalmente de esto es lo enormemente peligroso que es el relativismo moral. Estuve hablando con un caballero de esta parroquia la semana pasada, y me dijo algo que comenzó a tener cada vez más y más sentido. Me dijo: “El diablo quiere atacar nuestra moral más que nuestra fe.” ¿Por qué? Porque las convicciones están muy firmes en nuestras mentes, y no va a atacarlas directamente. Pero él sabe que si puede hacer relativas nuestras morales, no sólo estaremos en camino de perderlas, sino que también perderemos la fe. El relativismo moral también se transforma en un relativismo dogmático.

En otras palabras, es una cosa si una persona peca, reconoce su pecado y resuelve evitarlo junto con la ocasión del pecado. Él o ella va luego a confesión y regresa al camino recto. Pero es otra cosa muy distinta si alguien dice: “¡Ah, no te preocupes de estar en ocasión de pecado! ¡No te preocupes por ponerte en peligro espiritual!” Eso es puro relativismo moral, y sólo puede llevarnos al desastre. Y, según veo, ya estamos en un desastre.

Nuestro refugio, nuestra paz, nuestra seguridad, mientras vamos por el sendero del Cielo, es poner especial cuidado a lo que la Iglesia nos enseña en todo lo que concierne a la fe y a la moral.

Más que nada, ruego por sus oraciones este domingo del Buen Pastor, mis queridos parroquianos, por sus obispos, por sus sacerdotes. Especialmente los obispos, y los sacerdotes en menor grado, son llamados a ser buenos pastores, y necesitan de nuestras preces. Su buen ejemplo, sus esfuerzos diarios por estar a la altura de sus obligaciones, eso los anima. Ellos también son humanos. El diablo trata de atacar sus morales, probablemente más que las de ustedes.

Es un hecho que en nuestra sociedad existe un gran asalto contra la castidad, la santidad del matrimonio y la vida moral. No dejen que ese asalto los venza, y oren para que no venza a nadie de entre nosotros. Sean firmes en la fe. Tengan claro en su mente: voy a seguir lo que Jesús me enseña en la Sagrada Escritura y a través de la Iglesia.

Como ya dije, oren por sus sacerdotes. Oren para que puedan ellos apreciar lo que tienen, pues son la gente con mayores bendiciones sobre la tierra para poder ofrecer la Misa y tener el rol que Dios les ha dado. Nosotros los sacerdotes les agradecemos sus rezos.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


Notas del Traductor
1Los becarios, o socios honoríficos, son profesionales en los medios de comunicación a los que se les permite residir en el Hoover Institution para intercambiar información con especialistas a través de seminarios y reuniones informales. Como tales, tienen a su alcance todos los medios de investigación que el Instituto les ofrece.
2Zeitgeist: espíritu de los tiempos o de una generación.
3Germaine Greer: famosa escritora feminista de los 70, que fomentó la liberación sexual y la disolución de los valores occidentales, incluyendo la familia.