Carta de los Indios “Coeur d’Alene” al Papa Pio IX
De todas las tribus, los Indios Coeur d’Alene se distinguieron por su devoción a la Iglesia. Informados en 1871 de la situación del Papa y que el gobierno italiano se había apoderado de Roma, los Coeur d’Alene escribieron inmediatamente a Pio IX asegurándole su filial adhesión.
“Muy misericordioso Padre, no es por temeridad, sino que el amor nos mueve a escribirle. Verdad es que nosotros somos la más humilde de todas las tribus, mientras que Tú eres el más grande de entre los hombres vivientes. Pero fuiste el primero a mirarnos piadosamente. Si, Padre, treinta inviernos ha, éramos un pueblo salvaje, miserables tanto en el cuerpo cuanto en el alma, hasta que nos enviaste el gran “Túnica Negra”, el Padre De Smet, a que nos hiciera hijos de Dios a través del bautismo. Éramos ciegos, y nos lo enviaste para que nos abriera los ojos. Muchos de nosotros estaban todavía en tinieblas cuando el padre De Smet nos dejó; entonces nos enviaste el otro “Túnica Negra”, nuestro buen Padre Nicolás Point, que vino y vivió con nosotros, despertándonos y dirigiéndonos en el camino que conduce al cielo. Y ¡cuántos otros Padres no nos distes a fin de enseñarnos a nosotros y a nuestros niños la ley de Dios y hacer de nosotros buenos Cristianos!
“Entonces, Padre, escuchando que Tú estás en aflicción, deseamos agradecerte por tu caridad, y expresarte nuestro gran amor y profundo dolor al recibir la noticia de que tus malos hijos siguen causándote sufrimientos después de que hubieron saqueado tu casa.
“Aunque somos apenas unos pobres Indios, ignorantes de las formalidades de la vida, tomamos a esta conducta como un crimen. A solo cincuenta años atrás éramos unos salvajes, pero nosotros no tendríamos el atrevimiento de actuar así ya que sabemos que la dignidad y el poder del Papa vienen de Cristo. Por esta razón hemos rezado y seguiremos rezando con todo el ardor con que unos pobres indios son capaces, por Ti, Padre, y por toda la Iglesia. Además, como nos reuniésemos desde varios campamentos a la iglesia de la misión, hemos hecho, por nueve días, muchas oraciones y hemos realizado actos de virtud, los cuales ofrecimos por Ti al Corazón de Jesús. Esta mañana enumeramos los actos y las devociones y llegamos al número de 120 527. Juzgando que esto era todavía insuficiente, ofrecimos nuestros propios corazones por nuestro excelente Padre, el Papa, estando completamente seguros de que este ofrecimiento no sería rechazado.
“Tenemos un grupo de soldados, no entrenados para la guerra, sino para mantener el orden en nuestro campamento. Si estos hombres pueden ser útiles al Papa, se lo ofrecemos de muy buena gana, y ellos se creerán unos afortunados si derraman su sangre y entrega sus vidas por nuestro Buen Padre el Papa Pio IX.
“Y ahora ¿podríamos decirte nuestros miedos y nuestras incertidumbres? Los vendedores de whisky avanzan cada día más hacia nosotros. Tememos traicionar a Nuestro Salvador quitándole los corazones que Le hemos entregado. ¡Ayudadnos y fortalecednos con Tus oraciones! Pero nuestros queridos niños son dignos de mayor lastima todavía, puesto que están más expuestos; no tanto nuestros hijos pues tienen verdaderos padres en los “Túnicas Negras”, sino nuestras hijas, que todavía no tienen madres celosas que la cuide. A menudo hemos pedido por las “Túnicas Negras” de su propio sexo, pero nuestras voces son muy débiles para que sean oídas, y somos muy pobres para hacer más que suplicar. ¿Quién nos mandará esas buenas madres que instruyan a nuestras hijas y las fortalezca en contra el enemigo que está ganando terreno, sino Tú, que nos ha tenido compasión aun cuando todavía éramos paganos?
“Estos son los sentimientos de nuestros corazones, pero como nosotros, pobres Indios, damos poco valor a la expresión de los sentimientos a menos que vayan acompañados con regalos materiales, hemos recolectado unos dólares y unas moneditas, para poder darte, que es, por decirlo así, un pedazo de nuestra propia carne, para probar nuestra sinceridad. No obstante nuestra pobreza, para nuestra gran sorpresa fuimos capaces de juntar $110.
“Y ahora, Padre, una vez más permitidnos abrir nuestros corazones. ¡Oh, Cuán felices estaríamos, a pesar de nuestra indignidad, si pudiéramos recibir una palabra de tus labios, una palabra que nos ayudaría, a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros niños a encontrar la entrada del Corazón de Jesús!
“Vincent, de la familia Stellam.
Andrew Seltis, de la familia de los Emote.”
Si consideramos que los Coeur d’Alene salieron, en definitiva, de la más feroz tribu de las montañas, veremos en su ingenua y generosa piedad un extraordinario fruto de la gracia. El Padre General presentó la carta a Pio IX, el cual al leerla se olvidó por unos momentos de la miseria de su cautividad. Si la antigua Europa repudiaba la Fe, la Iglesia observaba en sus nuevos hijos, venidos desde el otro lado del océano, frescas almas con la digna fidelidad de los primeros Cristianos, ignorantes de la falsedad y oposición de los vicios y del error.
La respuesta del Santo Padre:
“Amados Hijos, ¡saludos y apostólica bendición!
“Los devotos sentimientos que vosotros, en la simplicidad de vuestros corazones, expresaron, Nos ha causado gran gozo. Vuestros dolores por los ataques hechos contra la Iglesia, así como vuestra devoción y filial amor a la Santa Sede, es una tocante prueba de la fe y la caridad que llenan vuestros corazones, adhiriéndolos firmemente al centro de la unidad. Por estas razones, estamos seguros de que vuestras oraciones y suplicas, que de continuo están ante Dios, serán de buen provecho para Nos y para la Iglesia, y Nos aceptamos con profundos sentimientos de gratitud las ofrendas de vuestra generosa caridad. La mano de Dios protege a aquellos que Lo siguen sinceramente, y creemos que vuestras buenas palabras obtendrán la gracia de resistir a los peligros de corrupción que les amenaza, y la ayuda espiritual que deseáis para vuestras hijas. Suplicamos a Dios que complete en vosotros la obra de la gracia, y que os llene de Su más selecta bendición. Como presagio de esto y una demostración de Nuestra gratitud y paternal favor, os damos, desde Nuestro corazón, la bendición apostólica.
“Dado en Roma, junto a San Pedro, a 31 días de Julio, año 1871, veintiséis de Nuestro Pontificado.
Pio Papa IX.”